PROLOGO
Piedra libre a los juegos
El hombre que
se sumerge en este inventario de esparcimientos presiente que no saldrá indemne
de su lectura. Que esa recorrida por el texto, proponiendo regresos a una parcela de su propio pasado,
despertará emociones que creía sepultadas o extinguidas. Y más: que el repaso a
las prácticas de la niñez las resignificarán
otorgándoles valores y consecuencias impensadas.
Revelaciones que se acrecientan y avanzan a medida que se desandan las páginas.
Porque el catálogo trasciende su
propio cometido: es el resumen y al
mismo tiempo confirmación de que los juegos
son la creación y puesta en práctica de un sinfín de mecanismos profundos de la vida.
A partir de ese magisterio nos vigorizamos, socializamos, enfrentamos los
dilemas de la existencia. En fin, las herramientas para avanzar y despertar en
cada uno de nosotros las manifestaciones más humildes y sinceras de la alegría,
la elaboración y conquista de un
objetivo y acaso, hasta un destino poético. En síntesis, el descubrimiento y la evidencia
de nuestro costado “más pájaro”, al
decir de Tejada Gómez.
No estarán ausentes, también,
algunos destellos de felicidad.
El hombre que lee mantiene desde
tiempos inmemoriales un lazo de fraternidad con el autor. Sabe, entonces, que
la prolija y laboriosa enumeración está fundada en razones
empíricas irrefutables.
Acaso un sesgo de pudor,
probablemente una consideración sobre prioridades, hizo que el Quique Mario soslayara otras experiencias lúdicas de su
infancia. Nos despoja así de los pormenores de un escenario plebeyo en un baldío de Villa del Busto,
deliciosas representaciones del “Águila Humana así también una incursión
precursora (a falta de guitarra) como
eximio “tocador de sartén”, actividad que prefiguraría su porvenir de
juglar.
Confirmando una sensación inicial el
lector verifica que algo indefinible se
ha alojado en su corazón. Seguramente el producto de la reminiscencia que a
menudo roza la nostalgia. Repasando las páginas aparecen situaciones.
Semejanzas que lo ubican en un lejano ambiente pueblerino, imperio de su
Majestad, la Siesta.
Reino de rosetas y yuyales, un padre enseñando a embocar a las bolitas, haciendo gala de destrezas con el trompo y el
balero. De allí proviene su educación que le consiente inevitables comparaciones y el alumbramiento de una teoría
a la que tal vez le deban algunas certezas. Pero no
está mal pensar – aunque más no sea por
el placer de activar algún desafío- que
el crío que juega construye en
sus esparcimientos la armazón para
futuros combates.
El chiquillo que retoza tiene los
pies en la tierra y su mente en el planeta de la imaginación. En sus
ejercitaciones al aire libre ensucia las manos y limpia su alma. Como un Anteo
renacido, el niño que juega se nutre de energías en la constatación de sus solares.
El hombre, que concluye esta articulación contra el olvido, se
despide de una remembranza que lo ha
transportado a regiones poco más o menos que ocultas ,
jubiloso porque es sabido que la
memoria vence al tiempo y si no que lo
digan los potreros.
JCP
Octubre 2013
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