lunes, 18 de mayo de 2015

¿Por qué son olvidados los juegos?

La evolución de la tecnología, trajo como consecuencia que los niños y adolescentes dejen de lado muchos juegos manuales y de destreza atraídos por las nuevas propuestas que tienen como eje principal la computación y en los últimos tiempos, en incontrolable avance de la tecnología en los teléfonos celulares. ¿Cuál es la barrera entre lo nocivo y lo práctico de una y otra cosa?

            La inocencia de muchos juegos de conjunto, fue reemplazada por el individualismo de la computadora que en la mayoría de sus juegos propone a los chicos “eliminar” a sus rivales, lo que según interpretación de algunos especialistas constituye un claro signo de inducir a la violencia.
            A principios del siglo XXI surgieron los “cyber” en los que los chicos se “asociaban en red” para jugar a “eliminar” rivales virtuales, lo que obviamente y al igual que el ejemplo anterior, impone la competencia violenta.



            La falta de legislación actualizada al respecto, impide un control real sobre lo virtual. Los chicos pasaban horas enteras en los “cyber” mientras sus padres no sólo ignoran el nivel de los programas que manipulan sus hijos, sino que en la mayoría de los casos los desconoce. Hoy, los “cyber” ya son “antiguos” porque las conexiones domiciliarias son moneda corriente y los chicos pueden jugar y competir en red con sus pares de todo el mundo desde su propia casa.
            En ese marco complejo, es práctico revalorizar experiencias de antaño para compararlas con la actualidad. No es bueno prohibir. Ese término es desagradable a la interpretación de cualquier generación, pero ante el hecho consumado que representa la proliferación de los “ciber-juegos”, es interesante que los jóvenes, cuyos padres no han podido transmitir la enseñanza de los antiguos juegos, puedan revalorizarlos a través de la lectura, la observación de recreaciones en imágenes y evalúen si es posible desarrollar ambas alternativas en forma simultánea. 
            De chicos andábamos en autos que no tenían cinturones de seguridad ni bolsas de aire (airbag). Ir en la parte de atrás de una camioneta era un paseo especial y todavía lo recordamos.
            Cuando andábamos en bicicleta no usábamos casco, tomábamos agua de la manguera del jardín de algún vecino y no de una botella de agua mineral. Pasabamos horas y horas construyendo los famosos “karting” con ruedas de rulemanes o bolilleros y los que tenían la suerte de tener calles inclinadas los echaban a rodar cuesta abajo y en la mitad se acordaban que no tenían frenos. Después de varios choques con los matorrales aprendimos a resolver el problema. Sí, ¡nosotros chocábamos con matorrales y plantas, no con autos!.
            Salíamos a jugar con la única condición de regresar antes del anochecer. El colegio o escuela como comúnmente se denominaba, duraba hasta el mediodía o hasta media tarde. Llegábamos a casa a almorzar o a tomar la leche, según al turno que fuéramos. No teníamos celular, así que nadie podía ubicarnos.
            Nos cortábamos, nos rompíamos un hueso, perdíamos un diente, pero nunca hubo una demanda por estos accidentes. Nadie tenía la culpa sino nosotros mismos. Comíamos masitas, bizcochitos de grasa, pan y manteca, dulce de membrillo con queso, tomábamos bebidas con azúcar y nunca teníamos exceso de peso porque siempre estábamos afuera jugando. Compartíamos una bebida entre cuatro tomando en la misma botella y nadie se moría por esto.
            No teníamos Playstations, Nintendo, Juegos de video ni 180 canales de televisión por cable, videograbadoras, cine, sonido surround, 2 D, ni 3 D, ni HD, ni  celulares personales, computadoras, chat rooms en Internet... no, por ese entonces esas cosas no existían pero… teníamos amigos.

            Salíamos de casa, nos subíamos a la bicicleta o caminábamos hasta lo de un amigo, tocábamos el timbre o sencillamente entrábamos sin golpear y desde allí  salíamos a jugar… síííí… ahí afuera!!!

viernes, 1 de mayo de 2015

EL JUEGO DE LAS FIGURITAS...

ANTES ERAN FIGURITAS,

AHORA SON ... TAZOS

         Los niños de hoy ignoran aquellas gloriosas siestas de juegos de “tapadita”, “espejito” o el de la simple “arrimada”.
            Las preciadas figuritas se compraban en sobrecitos que contenían varias imágenes y en contadas ocasiones… “premios”. Juntar y pegar figuritas en un álbum hasta llenarlo, se traducía en la obtención de un fútbol número 5, algo que en la década de ’60 era poco menos que inalcanzable para los purretes de pantalón corto, con las rodillas percudidas de estar arrodillados en las veredas compitiendo en una justa que a la postre, podría significar el aumento de ese preciado tesoro en los bolsillos y en otros casos una discusión y hasta pelea a trompadas, hasta que la interrumpía uno mas grande.
            Los niños de hoy, si no es a través del relato de los mayores, ignoran aquellos juegos. Ahora no se llaman figuritas, sino que les dicen “tazos” y juntan imágenes que nada tienen que ver con nuestros deportes y mucho menos con el folclore y generalmente vienen en envases de papas fritas o sea… comida “chatarra”.
            La nueva “especie” viene hasta con una caladura para insertar una goma y potenciar el envío del “tazo” lo más lejos posible, sin tener en cuenta el peligro que representa una cartón duro de esas características ante el impacto en un ojo u otra parte sensible del cuerpo.
            Los “tazos” reproducen generalmente monstruos y personajes que nada tienen que ver ni con el deporte, la geografía o el folclore de nuestro pueblo, en una clara muestra de penetración cultural.
            A la figurita la jugaban generalmente dos participantes alrededor de los que su juntaban un montón de curiosos y algún que otro pícaro que mediante alguna treta intentaba quedarse con alguna de las figuritas del juego, especialmente si no la tenía para el álbum.

            Una de las trampas más conocidas para “levantarse” una de las figuritas en disputa era pegando un chicle en la suela de la zapatilla. Distraídamente el pícaro se acercaba y sin que los jugadores lo advirtieran, intentaba pisar la figurita para que quede pegada a la suela y poder marcharse rápidamente con el “premio”. Era “viveza” que se podía pagar muy caro si era descubierto por los contendientes que sin dudarlo la emprenderían a las trompadas con él.