jueves, 24 de septiembre de 2015

PELOTA DE TRAPO

A ver... alguno que pasó los 60... se acuerda de haber hecho una...
PELOTA DE TRAPO
En la década del ’60 ni hablar de tener un fútbol en el barrio. La mayoría de los purretes se acercaban a algún club sólo para verlos de cerca y en algún momento acariciarlo y “olerlo”, pero nada más, porque los fútbol verdaderos tenían un olor especial que agradaba a todos los chicos, ya que su construcción era de cuero auténtico con costuras especiales realizadas por máquinas que los dejaban perfectos. La pelota de fútbol era casi prohibida para los presupuestos familiares...
Pero... el ingenio y la creatividad no se detuvo y en todos los barrios, cada equipo disponía de varias “pelotas de trapo”. “A falta de pan, buenas son las tortas...” expresa un dicho popular y en la imaginación de cada chico que pateaba, seguro lo hacía pensando que era “la nº 5”.
Fabricar una pelota de trapo, era toda una ciencia y se necesitaba de la complicidad de alguna abuela que nos regalara al menos un par de medias en desuso, de aquellas que no resistirían otra sesión de zurcido. Confeccionar una pelota, era tarea de toda una tarde y lo más común por aquellos tiempos era usar medias de lana.

lunes, 18 de mayo de 2015

¿Por qué son olvidados los juegos?

La evolución de la tecnología, trajo como consecuencia que los niños y adolescentes dejen de lado muchos juegos manuales y de destreza atraídos por las nuevas propuestas que tienen como eje principal la computación y en los últimos tiempos, en incontrolable avance de la tecnología en los teléfonos celulares. ¿Cuál es la barrera entre lo nocivo y lo práctico de una y otra cosa?

            La inocencia de muchos juegos de conjunto, fue reemplazada por el individualismo de la computadora que en la mayoría de sus juegos propone a los chicos “eliminar” a sus rivales, lo que según interpretación de algunos especialistas constituye un claro signo de inducir a la violencia.
            A principios del siglo XXI surgieron los “cyber” en los que los chicos se “asociaban en red” para jugar a “eliminar” rivales virtuales, lo que obviamente y al igual que el ejemplo anterior, impone la competencia violenta.



            La falta de legislación actualizada al respecto, impide un control real sobre lo virtual. Los chicos pasaban horas enteras en los “cyber” mientras sus padres no sólo ignoran el nivel de los programas que manipulan sus hijos, sino que en la mayoría de los casos los desconoce. Hoy, los “cyber” ya son “antiguos” porque las conexiones domiciliarias son moneda corriente y los chicos pueden jugar y competir en red con sus pares de todo el mundo desde su propia casa.
            En ese marco complejo, es práctico revalorizar experiencias de antaño para compararlas con la actualidad. No es bueno prohibir. Ese término es desagradable a la interpretación de cualquier generación, pero ante el hecho consumado que representa la proliferación de los “ciber-juegos”, es interesante que los jóvenes, cuyos padres no han podido transmitir la enseñanza de los antiguos juegos, puedan revalorizarlos a través de la lectura, la observación de recreaciones en imágenes y evalúen si es posible desarrollar ambas alternativas en forma simultánea. 
            De chicos andábamos en autos que no tenían cinturones de seguridad ni bolsas de aire (airbag). Ir en la parte de atrás de una camioneta era un paseo especial y todavía lo recordamos.
            Cuando andábamos en bicicleta no usábamos casco, tomábamos agua de la manguera del jardín de algún vecino y no de una botella de agua mineral. Pasabamos horas y horas construyendo los famosos “karting” con ruedas de rulemanes o bolilleros y los que tenían la suerte de tener calles inclinadas los echaban a rodar cuesta abajo y en la mitad se acordaban que no tenían frenos. Después de varios choques con los matorrales aprendimos a resolver el problema. Sí, ¡nosotros chocábamos con matorrales y plantas, no con autos!.
            Salíamos a jugar con la única condición de regresar antes del anochecer. El colegio o escuela como comúnmente se denominaba, duraba hasta el mediodía o hasta media tarde. Llegábamos a casa a almorzar o a tomar la leche, según al turno que fuéramos. No teníamos celular, así que nadie podía ubicarnos.
            Nos cortábamos, nos rompíamos un hueso, perdíamos un diente, pero nunca hubo una demanda por estos accidentes. Nadie tenía la culpa sino nosotros mismos. Comíamos masitas, bizcochitos de grasa, pan y manteca, dulce de membrillo con queso, tomábamos bebidas con azúcar y nunca teníamos exceso de peso porque siempre estábamos afuera jugando. Compartíamos una bebida entre cuatro tomando en la misma botella y nadie se moría por esto.
            No teníamos Playstations, Nintendo, Juegos de video ni 180 canales de televisión por cable, videograbadoras, cine, sonido surround, 2 D, ni 3 D, ni HD, ni  celulares personales, computadoras, chat rooms en Internet... no, por ese entonces esas cosas no existían pero… teníamos amigos.

            Salíamos de casa, nos subíamos a la bicicleta o caminábamos hasta lo de un amigo, tocábamos el timbre o sencillamente entrábamos sin golpear y desde allí  salíamos a jugar… síííí… ahí afuera!!!

viernes, 1 de mayo de 2015

EL JUEGO DE LAS FIGURITAS...

ANTES ERAN FIGURITAS,

AHORA SON ... TAZOS

         Los niños de hoy ignoran aquellas gloriosas siestas de juegos de “tapadita”, “espejito” o el de la simple “arrimada”.
            Las preciadas figuritas se compraban en sobrecitos que contenían varias imágenes y en contadas ocasiones… “premios”. Juntar y pegar figuritas en un álbum hasta llenarlo, se traducía en la obtención de un fútbol número 5, algo que en la década de ’60 era poco menos que inalcanzable para los purretes de pantalón corto, con las rodillas percudidas de estar arrodillados en las veredas compitiendo en una justa que a la postre, podría significar el aumento de ese preciado tesoro en los bolsillos y en otros casos una discusión y hasta pelea a trompadas, hasta que la interrumpía uno mas grande.
            Los niños de hoy, si no es a través del relato de los mayores, ignoran aquellos juegos. Ahora no se llaman figuritas, sino que les dicen “tazos” y juntan imágenes que nada tienen que ver con nuestros deportes y mucho menos con el folclore y generalmente vienen en envases de papas fritas o sea… comida “chatarra”.
            La nueva “especie” viene hasta con una caladura para insertar una goma y potenciar el envío del “tazo” lo más lejos posible, sin tener en cuenta el peligro que representa una cartón duro de esas características ante el impacto en un ojo u otra parte sensible del cuerpo.
            Los “tazos” reproducen generalmente monstruos y personajes que nada tienen que ver ni con el deporte, la geografía o el folclore de nuestro pueblo, en una clara muestra de penetración cultural.
            A la figurita la jugaban generalmente dos participantes alrededor de los que su juntaban un montón de curiosos y algún que otro pícaro que mediante alguna treta intentaba quedarse con alguna de las figuritas del juego, especialmente si no la tenía para el álbum.

            Una de las trampas más conocidas para “levantarse” una de las figuritas en disputa era pegando un chicle en la suela de la zapatilla. Distraídamente el pícaro se acercaba y sin que los jugadores lo advirtieran, intentaba pisar la figurita para que quede pegada a la suela y poder marcharse rápidamente con el “premio”. Era “viveza” que se podía pagar muy caro si era descubierto por los contendientes que sin dudarlo la emprenderían a las trompadas con él.

martes, 17 de marzo de 2015

Prólogo de Juan Carlos Pumilla

PROLOGO


Piedra libre a los juegos

            El hombre que se sumerge en este inventario de esparcimientos presiente que no saldrá indemne de su lectura. Que esa recorrida por el texto, proponiendo  regresos a una parcela de su propio pasado, despertará emociones que creía sepultadas o extinguidas. Y más: que el repaso a las prácticas de la niñez las resignificarán  otorgándoles valores y consecuencias impensadas.
            Revelaciones que se acrecientan  y avanzan a medida que se desandan las páginas.
            Porque el catálogo trasciende su propio cometido: es el resumen y  al mismo tiempo confirmación de que los juegos  son la creación  y puesta  en práctica de  un sinfín de mecanismos profundos de la vida. A partir de ese magisterio nos vigorizamos, socializamos, enfrentamos los dilemas de la existencia. En fin, las herramientas para avanzar y despertar en cada uno de nosotros las manifestaciones más humildes y sinceras de la alegría, la elaboración y conquista de un  objetivo y acaso, hasta un destino poético.  En síntesis, el descubrimiento y la evidencia de nuestro costado  “más pájaro”, al decir de Tejada Gómez.
            No estarán ausentes, también, algunos destellos de felicidad.
            El hombre que lee mantiene desde tiempos inmemoriales un lazo de fraternidad con el autor. Sabe, entonces, que la  prolija y  laboriosa enumeración está fundada en razones empíricas irrefutables.
            Acaso un sesgo de pudor, probablemente una consideración sobre prioridades, hizo que el Quique Mario  soslayara otras experiencias lúdicas de su infancia. Nos despoja así de los pormenores de un escenario   plebeyo en un baldío de Villa del Busto, deliciosas representaciones del “Águila Humana así también una incursión precursora (a falta de guitarra) como  eximio “tocador de sartén”, actividad que prefiguraría su porvenir de juglar.
            Confirmando una sensación inicial el lector verifica que algo indefinible   se ha alojado en su corazón. Seguramente el producto de la reminiscencia que a menudo roza la nostalgia. Repasando las páginas aparecen situaciones. Semejanzas que lo ubican en un lejano ambiente pueblerino, imperio de su Majestad, la Siesta. Reino de rosetas y yuyales, un  padre enseñando a embocar  a las bolitas,  haciendo gala de destrezas con el trompo y el balero. De allí proviene su educación que le consiente inevitables  comparaciones y el alumbramiento de una teoría a  la que   tal vez le deban algunas certezas. Pero no está mal pensar – aunque más no sea  por el placer de activar algún desafío- que  el crío que juega construye  en sus esparcimientos  la armazón para futuros combates.
            El chiquillo que retoza tiene los pies en la tierra y su mente en el planeta de la imaginación. En sus ejercitaciones al aire libre ensucia las manos y limpia su alma. Como un Anteo renacido, el niño que juega se nutre de energías  en la constatación de sus solares.
            El hombre, que concluye  esta articulación contra el olvido, se despide  de una remembranza que lo ha transportado  a regiones  poco más o menos  que ocultas ,  jubiloso   porque es sabido que la memoria vence al tiempo  y si no que lo digan los potreros.

JCP

Octubre 2013

¿Cómo lo pido?

Los interesados en este libro, enviar un email a la siguiente dirección: losjuegosolvidados.gmail.com
y por privado nos pondremos en contacto con vos para acordar el envío.
Si sos del interior o de otro punto de Argentina o de otro país, haremos el envío vía postal.
Gracias por apoyar la iniciativa !!! :-)

ANTES... ¿ERA MEJOR?

ANTES… ¿ERA MEJOR?
LOS JUEGOS OLVIDADOS



INTRODUCCION

El juego del Ta Te Ti en las siestas de verano o atardeceres de invierno, las carreras de chapitas en los cordones de las veredas, las rueditas “de penicilina” que se adaptaban
a los autitos plásticos para lograr mayor velocidad,
la colección en álbum y juego de figuritas,
la construcción de barriletes para remontar con los infaltables
vientos de agosto, son sólo una muestra
de la forma en que los niños ocupaban su tiempo
por aquellas épocas... allá por la década del ’60.
“Todo tiempo pasado fue mejor”... reza un dicho popular
con el que seguramente no muchos coinciden,

mientras otros, los más nostálgicos, lo aceptarán a pié juntillas...Este trabajo es un rescate de la destreza e ingenio que ponían de manifiesto los niños de hace 50 y píco de años.